Ese sobre no es mío.
Dos policías la estaban esperando a la salida del avión. La foto en la  mano derecha de cada uno de ellos era lo único que tenían para identificarla.  
Fue casi la última en descender, vestía una falda larga de charly con  colores variados, una blusa negra casi transparente y un abrigo ligero de color  marrón para cubrirse del frío veraniego del mediodía de 
- "Usted es Claudia de las Mercedes Rodríguez"- le preguntó uno de los  policías.
- "Si"- respondió sorprendida, mientras sus ojos que por su tamaño la  delataban en cualquier parte se agrandaron aún más ante tanta exactitud.  
- "Debe acompañarnos"- fue la respuesta del  oficial.
- "¿Adónde me llevan, qué está pasando?"- exclamó  Claudia.
- "Le explicaremos tan pronto lleguemos al cuartel"- fue todo lo que dijo  el otro policía. La tomaron de un brazo, con delicadeza la subieron a un auto  que esperaba en la pista al lado del avión y partieron hacia un cuartel policial  ubicado en la zona de El Alto, región de más de 
Una vez en el cuartel, la ubicaron en una sala oscura donde había una  mesa fija al piso y dos sillas. El frío del local donde el sol rara vez era  huésped, unido a los olores dejados por otros detenidos que pasaron por el mismo  lugar y la duda constante de por qué estaba allí hicieron de Claudia un manojo  de nervios. Se levantaba de una silla y se sentaba en otra, recorría la  habitación, miraba por las rendijas de la puerta y gritaba para que alguien la  escuchara.
Su negra cabellera se perdía en la oscuridad de la sala, sus ojos negros  estaban enrojecidos y su rostro de por sí bello comenzaba a estrujarse como los  papeles viejos. Dos horas pasó en aquella terrible agonía, hasta que se abrió la  puerta y con ella vino la luz y un hombre vestido de  civil.
Se sentó delante de ella y comenzó a preguntarle nombre, dirección, y  otras tantas cosas que le parecieron tonterías. Hasta que después de unos diez  minutos y una hoja llena con la letra diminuta del interrogador, el hombre sacó  del bolsillo interior de su abrigo un sobre de carta donde había un nombre  escrito con mano apurada de mujer.
- "¿Lo conoce?"- le preguntó el hombre.
Ella lo miró a él confundida, después miró el sobre, se detuvo en el  nombre escrito y pareció de pronto recordar.
-"¡ Encontraron mi cartera, un muchacho me la arrebató en el aeropuerto  de Cochabamba!"- fue su respuesta.
El hombre volvió a repetir la misma pregunta y ella abriendo sus ojos  hasta lo más que pudo, dijo:
- "Me lo entregó una amiga para su novio en Cochabamba, lo fue a recoger  al aeropuerto pero cuando le dije que me habían robado la cartera con su sobre  se marchó y no lo vi mas"- respondió con un tono de voz confuso.  
- "Contiene cocaína"- le dijo el hombre.
- "¿ Cómo?" - y se quedó muda, sus ojos parecían dos grandes lunas llenas  de color negro, su boca se abrió hasta el máximo y su mirada quedó petrificada,  no podía decir nada más, un nudo no solo se le hizo en la garganta, sino que  recorrió todo el cuerpo atenazándola, anudándola hasta casi impedirle la  respiración. No escuchó la nueva pregunta de él, ni siquiera advirtió el rayo de  luz solar que se filtró por la puerta cuando ésta se abrió y entraron dos  mujeres uniformadas. 
- "Explíqueme cómo obtuvo éste sobre, quién o quiénes se lo vendieron y  todo lo que pueda ayudarla"- le volvió a preguntar el hombre. Pero ella seguía  muda, hasta que las otras dos mujeres se pararon a su lado con la intención de  conducirla fuera de aquella sala.
- "No sé, no puedo entender nada, quiero ver a un abogado"- fue su  respuesta. 
- "Respóndame la pregunta y ya tendrá los abogados que quiera"- le volvió  a decir el interrogador.
Miró a su alrededor, una de las mujeres la tenía tomada de un brazo y  aumentaba lentamente su presión, el hombre la observaba  fijamente, mientras la otra guardiana un  poco más atrás esperaba cualquier ataque desesperado de ella. El brazo le  empezaba a doler y con gesto brusco logró librarse de la mano, pero la guardiana  la tomó del pelo y en el forcejeo empezó a llorar.  
Nadie se compadeció de su llanto, el hombre acostumbrado a estas escenas  encendió un cigarrillo, mientras las dos mujeres guardianas se sentaron en otras  sillas que trajeron para el efecto. Sabían que podría demorar más el  interrogatorio, pero confesaría su culpa, muchas lo había hecho. Pasaron tres  minutos que parecieron un siglo para Claudia, nadie hablaba y el humo del  cigarrillo se expandió por toda la habitación y con él un olor desagradable.  
Claudia con los ojos grandes, llenos de lágrimas, empezó diciendo que no  entendía nada, que el sobre se lo dio su amiga Ximena para que se lo entregara a  un hombre que es su enamorado, pero que había viajado a Cochabamba por asuntos  de negocios. Dio el número de teléfono de su amiga y la dirección y se consoló a  sí misma diciendo que ella sólo cumplió el encargo pero que no conocía el  contenido del sobre. Por último pidió ir al baño, pues se había dado cuenta que  el olor que sentía ya no era del cigarro, sino de ella misma.  
La llevaron a una celda donde apenas pudo limpiar parte de su propia  suciedad y se echó entre mil olores y un gran frío sobre una cama cubierta de  viejos periódicos. Se quedó dormida y despertó cuando sintió una fuerte presión  sobre su mano derecha. Entonces vio que otras mujeres se habían apoderado de la  celda, y una de ellas le arrebataba la pulsera dorada que brillaba con fuerza en  la pobre oscuridad, mientras otra le quitaba el anillo de compromiso que le  habían regalado dos meses atrás. 
Soportó todo lo que le hicieron, encogida sobre la cabecera de la cama,  lloró hasta que se le secaron las lágrimas, y de pronto cuando la mayor de las  mujeres la tocaba de un modo que ofendía su dignidad le lanzó una patada a la  cara que le fracturó la nariz, las otras mujeres se le lanzaron encima y la  golpearon hasta que tres guardias lograron sacarla de allí. La llevaron a otra  celda más oscura que la anterior y más fría, cayó de bruces sobre el piso  congelado y allí quedó tendida, la sangre le corría por la cara, su ropa rota  dejaba ver partes de su cuerpo amoratado.
A las cuarenta y ocho horas de estar arrestada la sacaron de la celda, ya  no era la misma Claudia que había descendido del avión, había enflaquecido, el  brillo de sus ojos se desvaneció, su hablar era lento, confuso. Casi no podía  sostenerse y la llevaron entre dos guardianes que se aprovecharon para tocarla  en todas partes, hasta que llegaron al lugar del primer interrogatorio.  
El mismo hombre y las mismas dos mujeres de la primera vez la esperaban  en la misma habitación. La sentaron en la misma silla y el hombre comenzó a  dibujar una sonrisa a medida que Claudia lo miraba.  
- "Tu amiga dice que no te dio ningún sobre, además, no tiene ningún  enamorado en Cochabamba"- fue lo que dijo el  hombre.
Se le vino abajo todo, sintió un profundo vacío en su interior, el frío  del local se le hizo mas frío a medida que no podía controlar su vejiga,  palideció y las guardianas se acercaron pues pensaron que se  desmayaba.
Sin embargo, sacó fuerzas de su inocencia, se levantó, grito, encomendó a  los mil infiernos a su amiga, a los que la habían confundido, gritaba que era  inocente, que solo llevó el sobre, que le habían robado la cartera, que era una  conspiración, que no sabía que le había pasado, gritó tanto que despertó a las  reclusas de otras celdas. Los mismos guardias la volvieron a llevar, pero ahora  cuando uno de ellos trató de tocarla en lo más profundo de su ser se reveló, los  golpeó, y ellos la apretaron más hasta que la dejaron caer nuevamente en su  celda fría y huérfana de toda mínima comodidad.
Aprendió a comer la comida que le daban, tomaba del agua sucia que salía  por una pila en mal estado. Estuvo así seis días, incomunicada, no podía avisar  a nadie, solo conocía a esta amiga y a su novio Felipe con el que esperaba  casarse, pero no quería comprometerlo, pues no entendía qué era lo que sucedía.  
Conocí a los dos en 
- "Disculpe- me dijo Felipe- fue una imprudencia  mía".
- "Veníamos contemplando el mar y él no se dio cuenta de su presencia"-  agregó Claudia. 
- "Está bien, no se preocupen, todos los días sale a la calle alguna  persona que le han regalado la licencia de conducción"- le respondí pasando mi  enojo.
Vestían como aquellos de las zonas frías que al llegar al trópico quieren  perder todo la frialdad que llevan por dentro. Bermudas multicolores, camisetas  con números y letras, gorras de jugadores de béisbol y chancletas de goma de las  en que el dedo pulgar y su compañero siempre quedan  atrapados.
Nos pusimos a charlar durante un rato, y la conversación se volvió más  entretenida cuando conocieron de mis visitas a 
En los días que aún permanecieron en 
Nos saludamos como lo hacen dos amigos que no se ven desde hace muchos  años. Mi primera impresión fue la de reírme de su vestimenta tan contrastante  con la que lo conocí en 
- "¿ Qué es de la vida de Claudia?"- le pregunté después de los recuerdos  de aquellos días y de las preguntas de rigor sobre la familia y mi trabajo.  
- "No sé de ella"- me respondió sin ganas, bajando la mirada y encontré  en el tono de su voz una amargura muy grande- hace dos semanas que viajó a  Cochabamba y no me ha llamado.
- "¿ Le sucedió algo?"- le pregunté ahora preocupado por  ella.
- "Encontré el teléfono de una amiga donde debía quedarse en Cochabamba y  me dijo que estuvo allí, pero que se marchó al aeropuerto, investigué y sé que  llegó a 
- "Me pareció en 
Los dos se conocieron en Bolivia, último país que les dio refugio, él era  peruano y ella chilena, ambos refugiados políticos. Habían recorrido sin  conocerse las mismas ciudades, pasaron por Río de Janeiro, Caracas, Ciudad de  México y por último 
Una semana después de haberse conocido él le dijo que quería tomarse unas  vacaciones y ella le propuso que la invitara. Trato hecho y se fueron justamente  a Cuba, donde los conocí. Allí como me dijo Claudia en el aeropuerto, antes de  salir de 
Le pedí a Felipe que insistiera, que la buscara en otros sitios, que  fuera a la policía a los hospitales, pero me contuvo diciéndome: - "Un mes  después que regresamos de 
- "Esperé a que regresara- continuó Felipe- y una semana después llegó  como sí todo hubiera sido una travesura infantil. Otras veces me quedé  esperándola para salir a alguna parte y ella me respondía al día siguiente que  no habíamos acordado nada y que prefirió reunirse con sus amigas".  
Felipe me comentó que durante la primera semana de su última ausencia las  noches se hicieron más frías, esperó varias horas frente al apartamento que  había alquilado después de salir de casa de Ximena y nunca la vio llegar, fue a  los lugares que frecuentaba y preguntó por ella, pero nadie la había visto. Por  último convencido que había preferido a otro y que no tenía la valentía para  decírselo trató de borrarla de su pensamiento. 
Comenzó a salir con una muchacha de su oficina, estuvo con ella en los  lugares donde Claudia y él se habían besado, donde aun permanecían sus ojos,  sabía que le sería difícil olvidarla, pero lo estaba  logrando.
Dos meses después de haber visto a Felipe, y a punto de regresar a Cuba,  mientras envolvía unos zapatos con un periódico viejo me llamó la atención una  foto y un nombre. Era la fotografía de Claudia y la nota explicaba de su arresto  por tráfico de drogas. Llamé a la oficina de Felipe y me contestó una joven  secretaria explicándome que ya no trabajaba allí, pues había regresado a Perú.  Le pregunté si conocía su dirección pero nadie la sabía, se marchó triste fue lo  único que me supieron decir, y desde aquel tiempo nunca más los volví a ver.  
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