Las ironías del amor
Quién no ha leído un artículo, o libro sobre el amor. La literatura mundial está llena de ejemplos como los de Romeo y Julieta, o de amantes desdichados que en la conquista de su ser amado han perdido hasta la vida.
Todos en mayor o menor medida nos hemos enamorado alguna que otra vez. Recuerdo el enamoramiento que los chicos de mi clase teníamos por la maestra Dora; alta, trigueña y para colmo con unas piernas que eran la envidia de las niñas y la admiración de nuestro grupo varonil.
En una ocasión cuando tenía doce años y me sentía todo un "hombre", sin saber nada de lo que en realidad significaba esta palabra, me enamoré de un chica un año mayor que yo. Mi timidez, y mi nula experiencia amorosa no me dejaban declarar mi amor a Susana. Ella, impaciente por que yo me le declarara me miraba con ojos ardientes,(palabra que hoy encuentro), pero aquellas miradas me ponían más nervioso e inseguro y el único camino que encontraba no me conducía hacia adelante sino que me alejaba de ella. Mis pies en vez de avanzar retrocedían dejando un espacio enorme entre los dos.
Un día cuando ya estaba totalmente convencido que me impondría a mi timidez, y justo en una fiesta estudiantil me acerqué a Susana, la miré con fuerza y respirando profundo le declaré mi amor. Su rostro, primero extrañado y después sorprendido esbozó una sonrisa, sus ojos me miraron de la misma forma en que los chicos descubrieron por vez primera a E.T. y de sus labios brotó la palabra más corta, la que siempre nos disgusta que nos digan y con la que todo se acaba: NO.
Había terminado mi primera experiencia amorosa y aquel día pensé de modo muy machista que las mujeres eran unas tontas, que siempre nos andaban diciendo que no, para después implorarnos. Tan seguro estaba de mi apreciación que esperé que Susana viniera a mi, lo que jamas sucedió. Hace apenas un año, veinte después de mi declaración, ella me reconoció en la calle. Después de las preguntas comunes en un encuentro de este tipo salió el tema de la declaración amorosa de antaño. Me confesó, para mi sorpresa que esperó por mí un tiempo para comprobar si era verdad lo que yo decía, por suerte ya desde hace muchos años me había dado cuenta que el único tonto era yo.
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, es el estribillo de una popular canción salsera que viene muy bien a la sorpresa que experimenté hace algún tiempo. En un aula universitaria vi una muchacha; bella, ojos que inspiraban confianza, deseo y seguridad, mirada ardiente y picara, gestos femeninos que acompañaban su ágil cuerpo.
Esta vez la timidez había pasado de largo, la vida nos vuelve más maduros, y hasta más reflexivos. El primer día intercambié algunas miradas con ella, al siguiente me le acerqué y comentamos sobre un tema sin mucho sentido. El tercer día nos sentamos uno cerca del otro, y al quinto día se produjo lo que esperaba. Nos invitaron a un almuerzo por la culminación del curso que pasábamos, que solo duró una semana, y donde ella estaría.
La esperé en la puerta del restaurante y para disimular mi nerviosismo me leí todos los títulos de los videos que una tienda aledaña exhibía. Llegó con una falda blanca y blusa de color oscuro, y una sonrisa de mujer feliz que me hizo más feliz todavía. Me es imposible recordar lo que cenamos, pero el postre me supo a Gloria, su primer nombre.
De allí nos fuimos a bailar y en una de esas piezas que están concebidas solo para la proximidad física, mis labios y los de ella se encontraron. Besos ardientes diría un poeta. Sería acaso amor a primera vista, nadie puede estar seguro que alguna vez no le ocurrirá lo que vemos a través de tantas telenovelas.
Aquella noche, y cuando ya algunas personas se levantaban para ir a su trabajo, nos despedimos con el aroma del otro y el deseo de la intimidad más profunda. Tan perturbado estaba que no le pedí su teléfono, ni la dirección de su trabajo, y solo después que se marchó me di cuenta de mi terrible error. Pasaron las primeras veinticuatro horas y nada de ella, al cabo de otras veinticuatro horas mi teléfono sonó y escuché su voz.
Nos vimos al día siguiente y al otro y al otro, pero se me perdió al quinto día, quedamos en que ella me llamaría pero no lo hizo. Traté de no desesperarme, pero les puedo asegurar que hasta perdí el sueño, a cada minuto me decía que era la línea telefónica la que estaba ocupada, que había extraviado mi número de teléfono, que tenía mucho trabajo y no se cuantas cosas más me inventé.
Esperé nuevamente otras cuarenta y ocho terribles horas hasta que decidí buscarla. Fui cerca del lugar en que estaba su casa y allí estuve apostado por un tiempo y nada de su presencia. Me marché entonces a su trabajo y después de dar varias vueltas alrededor de su oficina ella salió y nos encontramos.
Su relato y las causas por las que no me podía ver mas eran realmente impresionantes. A pesar de su mayoría de edad aun los padres ejercían enorme influencia sobre ella y le habían prohibido toda relación con otro hombre que no fuera un viejo enamorado que la familia adoraba y esperaba le diera los tan ansiados nietos.
Hoy cuando ya ha pasado algún tiempo me acuerdo de aquella ocasión y me pregunto si en realidad el amor a primera vista existe y sí es así por qué se nos esfuma con tanta rapidez.
El tema de por sí inagotable me viene a la mente, pues mi hija que ya tiene la edad de enamorarse, me relató hace pocos días, con la ingenuidad de sus trece años la forma en que un muchacho, un año menor que ella se le había declarado.
Cuando le pregunté qué le había confesado el muchacho, ella repitió las mismas palabras que yo le había dicho a Susana veinte años atrás, entonces me acordé de aquel popular tango de Carlos Gardel y me dije que para el amor no había tiempo.
Cochabamba, 5 de mayo de 1994.
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